domingo, 28 de septiembre de 2014

Las Críticas del Espectador Estándar: La Isla Mínima


A esta le tengo ganas desde el primer momento que tuve noticia de ella. Es decir, relativamente poco, ya que lo primero que conocí fue su tráiler en internet, y este no habrá salido hace más de... tres o cuatro meses? Fueron dos los factores que me empujaron a ponerla en mi lista de “Pelisespañolasenlasquemegastoloscuartosparaverlasenelcineporencimadeprejuicioschorras”: Primero, ese tráiler, que se basta y sobra para exponer en un minuto escaso sus argumentos, entre los que encontramos una cuidada atmósfera de cine negro y una pareja de personajes protagonistas interpretados por dos conocidos y reconocidos actores. Segundo, saber que el director es el señor Alberto Rodríguez, que tras tan anodino y poco comercial nombre alberga uno de los grandes talentos ocultos (espero que menos a partir de ahora) de nuestro cine.

Es el año 1980 y lo más complicado de la Transición transcurre en un país que ha pasado por cuarenta años de dictadura ultraconservadora. La historia nos traslada, sin embargo, a Sevilla, a un pueblo de las marismas del Guadalquivir relativamente aislado, tanto geográficamente como en sus costumbres, donde los cambios no se están sucediendo a la misma velocidad que en las grandes ciudades. Allí llega una pareja de policías (Juan – Javier Gutiérrez y Pedro – Raúl Arévalo) que, juntos a su pesar, tendrán que resolver a marchas forzadas la desaparición de una pareja de hermanas de la localidad, con fama de promiscuas, suponga lo que suponga en un entorno como el descrito.


Y tras la sinopsis, me voy a permitir dejar las interpretaciones (que NO desmerecen la calidad general de la producción) para el siguiente párrafo, ya que, si me preguntaran cuál es su principal virtud, diría con total convicción que la capacidad de este filme de proporcionarnos un plano orgásmico cada, digamos, tres minutos y medio. La labor de Alberto Rodríguez es, a riesgo de que el lector piense que esto lo escribe un gentleman inglés del siglo XIX, de un gusto exquisito. Es que es jodidamente difícil que este señor haya conseguido que alguien como yo se abstraiga, y no una ni dos veces, de la historia que ha ido a ver, para dedicarse en cambio a admirar la belleza de las increíbles postales que salpican todo el metraje. Desde los hipnóticos planos cenitales con los que se rematan algunas de las escenas, dándonos una suerte de perspectiva “divina”, a la simple observación de las caras circunspectas de los personajes, o la circulación de una lancha por el río. Si con “Grupo 7” ya me sorprendió la habilidad de este director para rodar grandes escenas de acción, integrándolas en una historia sólida y con personajes bien construidos, con “La Isla Mínima” me convence totalmente de estar ante uno de los directores más completos de nuestro país (al menos de los que tengan posibilidades de rodar) en una historia de un perfil mucho más pausado, que sin embargo nunca es aburrida. Cada escena tiene un sentido. Cada silencio, como el vacío en una escultura de Oteiza (ojo, la mayoría de las figuras de Oteiza me parecen un txurro bien gordo, pero mi profe de Historia del Arte decía que el vacío era parte necesaria de la escultura y tal...), nos hace comprender que metiendo cualquier tipo de alocución en ese instante, no se nos transmitiría tanto como ya ocurre. Cada acto del guión parece haber sido escrito teniendo en mente los geniales paisajes que enmarcan la historia, y que Rodríguez exprime en toda su espectacularidad. Cada vez que alguien dice que esta película es una mierda, Javier Gutiérrez MATA UN GATITO.

Declarado mi “lof” por el pulso del director, no dedicaré menos entusiasmo a los actores que interpretan a la pareja protagonista. Raúl Arévalo ya figuraba entre mis intérpretes favoritos de su generación, con un considerable abanico de registros y casi siempre en producciones de calidad, todo ello refrendado por su continua presencia en la pantalla (tanto grande como pequeña) en tiempos tan complicados, más para un tipo que no es el típico “latin lover”. Aquí nos muestra un personaje retraído y recto, idealista, ligeramente abatido en su labor como policía, devaluada en los últimos tiempos por encontrarse “castigado” a causa de haber sido demasiado explícito en sus quejas sobre el cuerpo al que pertenece. Al otro lado de la balanza se encuentra Javier Gutiérrez, quien nos tiene acostumbrados a papeles cómicos/chorras, como el “Satur” de “Águila Roja” o el más mítico “Josico” de “Los Serrano” (dios como lo odiaba entonces...) Pues bien, consciente de las “tablas” que este señor ostenta a pesar de estar tan lamentablemente encasillado, Gutiérrez se gana mi respeto por sus capacidades interpretativas con la muy convincente plasmación de Juan, un agente de la Ley que comenzó su tarea cuando esta no era herramienta de orden y derecho sino de control de las personas y de sus ideas; un sujeto cuyo historial enraíza en épocas más oscuras y que en cierto modo parece tratar de encontrar la luz, pese a seguir anclado en usos y abusos que los nuevos dirigentes desearían fueran dejados a un lado. Ambos llenan la pantalla, la naturalidad de sus palabras directas y contundentes silencios nos invita a creernos todas y cada una de las circunstancias en que se sumergen, y a nosotros de paso. Les acompañan, entre otros, el gran Antonio de la Torre (qué decir que no se sepa), Nerea Barros, convincente en su papel de madre atormentada; Manolo Solo, correcto como periodista “progre” venido a menos; y Jesús Castro, cara reconocible por haber coprotagonizado “El Niño”, último éxito en taquilla para una película española, y nuevo exponente de la moda en alza de “tío bueno malote moreno de ojos verdes”, que de momento he de decir que como actor no me dice mucho...

Volviendo a los apartados técnicos, siendo esta vez el mérito de Álex Catalán, no puedo terminar sin resaltar que la fotografía es acojonante. Aunando a la vez colores intensos y brumosa oscuridad, éste director, habitual de Alberto Rodríguez y que ha trabajado con otros realizadores en grandes trabajos como “También la lluvia” de Icíar Bollaín y “Camino” de Javier Fesser, nos descerraja directos a la cabeza el contraste entre la belleza de esas marismas y la negrura de males que albergan, de perversiones y drogas, de violencia y muerte.

Ciertamente prefiero no contar demasiado ya que, tratándose de un “thriller” dominado por el suspense, toda información conocida con antelación al visionado es demasiada. Todo lo que pudiera añadir desde aquí sería dar vueltas sobre las mismas ideas. Por ello obviaremos abundar en lo comentado sobre las similitudes con la serie de HBO "True Detective", que las hay, y sobre las que el director ha declarado que la gestación del proyecto viene de antes del estreno de la producción estadounidense. 

Terminamos señalando que, poco antes de empezar a escribir esta reseña, se ha dado a conocer el palmarés del Festival de Cine de San Sebastián 2014, en el que la cinta se ha hecho con los premios a Mejor Interpretación Masculina para Javier Gutiérrez y mejor fotografía para Álex Catalán, además del Premio Feroz concedido por la crítica. Que ustedes la disfruten.